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La vida del rey emérito provoca en sus contemporáneos los más antagónicos juicios. Se trata de una vida discordante. Una vida repleta de contrastes. Momentos trágicos, sacrificados, esperpénticos, enloquecidos, magnánimos, divertidos, funestos y osados. En este sentido, podemos imaginar que si Shakespeare hubiera vivido en nuestros días la historia de Juan Carlos I quizás le hubiera seducido en mayor medida que los diversos reyes que inspiraron sus formidables relatos.
Joglars se dispone a montar una obra en esta línea poliédrica. Entre lo humorístico y lo trágico, el rey emérito rememora los momentos y las situaciones que a lo largo de los años le han llevado al exilio y la soledad.
Las distintas situaciones creadas y vividas por el rey emérito a lo largo de su vida contienen unos componentes cercanos a la tragedia clásica. Su infancia y juventud separado de sus padres y entregado a la tutela de un dictador. La muerte del hermano por un disparo fortuito de su pistola. La corona arrebatada al padre. Su poder absoluto heredado de la dictadura y entregado a la democracia. El golpe militar frustrado en el último momento. Los manejos económicos. Su incesante inclinación por las amantes, y finalmente, la abdicación en favor de su hijo y el exilio.
Ahora se encuentra solo y arrinconado, lamentando no haber gozado de las prerrogativas e inmunidades que disfrutaron los antiguos monarcas de su estirpe. En este sentido, está convencido que él ha sido un auténtico rey según la más genuina tradición pero que nadie se lo reconoce. Entre la realidad y el delirio, vamos asistiendo a la rememoración de los distintos episodios, así como las confesiones y pretextos para justificar o deplorar su controvertida actuación.
Con El Rey que fue, Els Joglars abandona la sátira, para retomar la figura del comediante que pone el dedo en la llaga. El comediante que sitúa al espectador frente a la evolución política y social de su país.